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lunes, 30 de junio de 2025

La irreverencia de "Pendejo": Un análisis profundo

 Así como hay vocablos que resuenan con una fuerza inusitada, palabras que simplemente no tienen reemplazo, que por su sonoridad, su contundencia y, sí, su propia contextura física, se incrustan en el léxico con una autoridad innegable. No es lo mismo decir que alguien es 'ingenuo' o 'despistado' que soltar un rotundo "pendejo". Lo primero puede aludir a una falta de malicia o a un momento de distracción, pero el "pendejo" carga con un peso semántico, una intención y una bofetada verbal que pocos términos pueden igualar.

Y aquí, mis estimados, está el quid de la cuestión, el secreto de la palabra, en su propia construcción. El término "pendejo" proviene, según la etimología popular y algunos diccionarios, del "pendejo" como vello púbico, ese que "pende" o cuelga. Ya desde ahí, la imagen es poderosa y, francamente, un poco despectiva, ¿no creen? Es como decir que alguien es tan insignificante, tan inútil, que no es más que un vello sin valor.

Pero la verdadera fuerza, el impacto visceral de "pendejo", creo yo, reside en esa consonante vibrante, la "J". Anoten bien, porque es la "J" la que le da esa fricción, ese raspón que se siente al pronunciarla. No es lo mismo un "tonto" que un "pendejo". El "tonto" es un tropiezo mental; el "pendejo" es una decisión, una actitud, una forma de ser que irrita, que frustra, que clama por una sacudida.

Es curioso cómo estas "malas palabras" adquieren distintos matices según la geografía. Lo que en México es un "pendejo" a secas, con todo el peso del reproche y la estulticia, en otras latitudes puede tener connotaciones distintas o, incluso, carecer de ese impacto. Sin embargo, su esencia denigratoria persiste. Mandar a alguien a la chingada puede ser un equivalente geográfico, pero el "pendejo" es un estado del ser, una condición mental que se clava.

Seamos honestos, la necesidad de estas palabras es innegable y, en este caso, el "pendejo" es una herramienta terapéutica, como bien diría un buen psicoanalista. Sirve para liberar presión, para expresar el hartazgo ante la ineptitud, la ceguera o la estupidez manifiesta. ¿Cómo vas a desahogar la frustración que te genera una situación absurda si no puedes soltar un "¡Qué pendejada!"? Intentar suavizarlo con un "¡Qué insensatez!" es una hipocresía lingüística, una debilidad que raya en lo patético, como esos periódicos que censuran la palabra y ponen "P..."". ¡Por favor! Esos puntos suspensivos son una muestra de la cobardía editorial, una triste función que merece un debate serio en cualquier Congreso de la Lengua.

"Pendejo" es parte de nuestro patrimonio cultural, de nuestra forma de expresar las emociones más crudas y genuinas. Abramos las puertas, integrémoslo con la libertad que merece, porque, créanme, lo vamos a seguir necesitando. 

La verdad es que un buen "pendejo" a tiempo, bien colocado y con la intención correcta, puede ser más catártico que mil palabras.

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