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martes, 28 de octubre de 2025

De opositores y comparsas

Desde mi punto de vista, Ricardo Salinas actúa como comparsa del oficialismo en México. Su prolongado pleito legal contra el SAT, donde rechaza pagar lo que considera un exceso en cobros de impuestos, le ha permitido posicionarse como un salvador ante el electorado opositor, que lo ve como alguien capaz de guiar al país hacia mejores caminos.

Critica constantemente el mal uso que el gobierno da a los recursos fiscales, pero acaba de aceptar pagar 7,600 millones de pesos —lo que él reconoce como su deuda real—, justo cuando el régimen necesita dinero fresco para sus aprietos presupuestales. Esto me parece un pacto para proporcionarle recursos al oficialismo, mientras se construye una imagen que le quita armas al gobierno para seguir acusándolo de evasor.

La negación del SAT y de Sheinbaum a cualquier acuerdo especial la veo como una táctica de negociación: dicen que no para que suba la oferta. Al final, entrará en regateo, aceptará un monto negociado y financiará al régimen, aunque sea parcialmente. No comparto que pague para demostrar que aporta, porque si fuera congruente con sus quejas diarias sobre el malgasto —"¿para esto pagamos impuestos?"—, pelearía hasta el final y no cedería nada. Al hacerlo, pierde toda credibilidad para impulsar un boicot fiscal masivo, que sería la mejor forma de asfixiar al gobierno quitándole ingresos y acabando con el oficialismo actual.

En la elección judicial de 2025, usó su influencia mediática y económica para promover una abstención masiva, lo que coadyuvó a tener una participación de solo el 13% y permitió al régimen apoderarse del Poder Judicial con votos mayoritariamente oficialistas. Si no fuera comparsa, habría impulsado candidatos opositores o independientes —hay ejemplos de no oficialistas que llegaron— para equilibrar el poder. En cambio, canalizó la frustración hacia la inacción, beneficiando al oficialismo al dejar que sus bases dominaran.

Los pactos políticos no se ponen en papel; dependen de la palabra de quienes los otorgan. Salinas puede seguir vociferando en redes contra el sistema, pero sus hechos —abstenciones que ayudan al régimen y pagos fiscales parciales— revelan un acuerdo tácito para que se sostenga. Al final, sale ganando: cataliza el descontento, lo pastorea —la ciudadanía no razona profundo, solo sigue a quien cree que resolverá su vida—, acepta derrotas legales y evita el surgimiento de líderes opositores reales. Todo mientras minimiza daños a sus negocios.

Con su poder económico, mediático y respaldos extranjeros —gobiernos, países e inversionistas que podrían desestabilizar al régimen—, podría enfrentarlo con éxito sin mucho problema. En cambio, opta por un show victimista: seguirá victimizándose para ganar adeptos mientras negocia, contribuyendo a dar atole con el dedo a la oposición. Esto asegura la continuidad del régimen hasta 2030 o más, perpetuando un mecanismo de control de masas que parece sacado de un manual.

Si me equivoco, invito a Ricardo Salinas a que use todo su poder mediático y económico, para buscar, realmente, un cambio de régimen, por uno de libertad y estado de derecho. Si lo hace (no basta con que lo diga), cuenta conmigo.

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